La desconfiguración de nuestro idioma.
Anzio, ITALIA
Escrito por Magaly Padilla
Todos aquellos que de alguna manera estamos involucrados en el mundo de las letras, ya sea como amateurs, profesionales o sólo como simples amantes de la buena lectura, estamos siendo testigos silenciosos de un nuevo fenómeno que a algunos duele y a otros nos aterroriza: el ataque de las palabras mutantes.
Parece que fue ayer cuando la maestra me hacía llenar planas y planas con la misma palabra, hasta que no quedaba fija de por vida en mi mente, o al menos hasta el próximo dictado. ¡Cuántas tardes se me fueron en escribir 200 veces “Cirilo come cecina”! (con la C mayùscula en rojo, obviamente).
No sé si fue que los maestros de la Escuela Primaria Francisco Zarco eran realmente buenos en su trabajo, o la fijación de mi santa madre por revisarnos 27 veces las tareas de español, o nuestro gusto por la lectura desde temprana edad, pero mi hermano y yo crecimos con "buena ortografía", y mi mamá lo presumía como si hubiéramos descubierto la penicilina.
Claro, mi ortografía no es perfecta, eso es un lujo del que muy pocos gozan, pero me defiendo. El problema es que es uno de esos casos raros de la vida donde una cualidad se nos voltea y se convierte más bien en un defecto o una maldición.
Sí, porque cuando uno sabe cómo se escribe una palabra, pero se la encuentra por todos lados mal escrita, entonces se convierte en una tortura. Al principio uno se ríe, luego le lloran los ojos, luego se enoja y al final pues se rinde. Ni modo de andar por la vida corrigiendo a la gente, sobre todo a tu familia o amigos. ¿Para qué? Lo único que uno se gana es que lo tachen de antipático, perfeccionista, odioso, etcétera.
No. Es mejor sufrir en silencio.
Pero la mala ortografía no es un fenómeno reciente. A fuerza de convivir con ella yo ya hasta le tenía cierto cariño, era ya como parte de la familia, la "prima incómoda".
El problema es que ha encontrado un compinche, el socio perfecto para ahora sí arrasar con el vocabulario escrito: ¡las palabras mutantes!
Yo las llamo así porque son dificiles de difinir ya que no provienen propiamente de un error ortográfico o “de dedo”. Tienen origen en el universo paralelo de los teclados de computadoras y celulares.
Creo que nacieron ante la necesidad de escribir lo más rápido posible un mensaje a alguien que tampoco tenía mucho tiempo para leerlo, entonces era más fácil escribir “ke kieres” y no “qué quieres”.
Claro, todo ese tiempo ahorrado (3 milisegundos) se puede usar en algo más productivo como... ¿parpadear?
Los usuarios de las redes sociales se relajan
más en las reglas de ortografía.
Las primeras víctimas de esta mutación fueron los más jóvenes, aquellos en proceso de alfabetización, con defensas muy bajas y altamente susceptibles al virus. No digo que esté bien, pero ser joven a veces justifica ciertas cosas, y siempre hay la esperanza de que al igual que todas las modas, esto también pase. El problema es que, como toda pandemia que se respete, esta enfermedad ya se propagó a otros grupos.
Me refiero a los adultos que aún conociendo ciertas reglas de ortografía, están perdiendo esa capacidad. Gente que antes escribía bien y ahora ha caído también en las garras de las palabras mutantes.
Yo sinceramente me niego a aceptar que ésta sea la nueva forma de comunicación. Puedo entender las modas, la comodidad de escribir mal pero rápido o echarle la culpa a los famosos “correctores automáticos”. Yo misma he caído en ciertos modismos y a veces me divierto escribiéndole en broma a alguna amiga: “¿porqué no me 'dijistes que te juites'?”. Es divertido... hasta que se convierte en cosa seria. Los adolescentes que ahora escriben así, ¿serán capaces de rectificar su vocabulario? No sé, dicen que los malos hábitos son difíciles de cambiar.
No me resigno. Ya estamos perdiendo costumbres, como llamar por teléfono a alguien, o reunirse para tomar un café. Si hay algo qué decir pues se manda un mensaje o se chatea y listo. Sí, tal vez soy chapada a la antigua, pero estoy convencida de que ciertas cosas deberíamos defenderlas del paso del tiempo y modas.
Y no es que uno busque la perfección, pero sinceramente a veces hay mensajes que parecen acertijos, y se tienen que leer dos o tres veces para entenderlos, tratando de encontrar las palabras ocultas.
Puede parecer banal, pero estamos hablando de la comunicación, de la mejor herramienta que tenemos para relacionarnos con nuestros semejantes. Si perdemos también esto, entonces sí, como diría el Buky... "¿a dónde vamos a parar?".